lunes, 23 de diciembre de 2013

La Desconfianza


“La desconfianza”
Dios, si lees esto, perdón.
Me bautizaron en la Iglesia Católica a los 4 pobres años de edad. ¿Qué iba a estar sabiendo yo?. La única pregunta que me hicieron fue: “¿ Te gusta este vestido?”. Y yo, muy obediente dije que si, por lo que en las fotos aparezco con un horrendo vestido de gala blanco con una cinta céntrica color azul oscuro. Más femenina imposible.
Esa fue la firma al contrato que pronto estoy a punto de incumplir. Me dieron charlas inútiles sobre cómo la Iglesia iba a cambiar mi forma de vida, que pronto tendría el cielo ganado sólo con rezar aves marías todas las noches, dándoles ofrendas los domingos en misa porque según ellos “Dios también come”, y nosotros como buenos borregos lo hacíamos.
Me encantaba la idea de formar parte de una comunidad donde todos pensáramos igual. Mejor dicho, donde nadie cuestionara la forma de pensar igual. Por lo que me quedé tranquila, inocente ante una inmensidad como lo es Dios.
15 años pasaron y mi aburrimiento mental llegó a tal punto de sólo estudiar religión. Iba a la Iglesia todos los días, y me conformaba con recibir el pan del cura. Rumbear, fumar, beber, coger, eran cosas extrañísimas para mí, la santurrona de Los Dos Caminos.
Coloqué toda mi lógica en ese ser universal que siempre estaba ahí para mí. Excepto un día.
Ese día salí a caminar sola por la avenida en búsqueda de fondos de algún vecino que se apiadara, para cubrir los gastos de la fiesta de pascuas que haríamos el fin de semana.
Me abrió la puerta muy amablemente, y me dejó pasar. Me ofreció un té verde, y me comentó que él iba a mi iglesia todos los domingos y que era un fiel creyente. Instantáneamente me sentí en confianza.
Se acercó a mi silla, me miró fijamente mientras me retiraba la taza de té que aún tenía en las manos. La dejó en la cocina, y regresó.
Se abalanzó sobre mi pobre y frágil cuerpo. Mientras me follaba, lo único que pensaba era en que Dios me iba a salvar en cualquier momento. Porque en la Iglesia nos decían que teníamos que rezar cuando nos ocurriese algo malo, cuando tuviésemos malos pensamientos, o si sabíamos de algún alma perdida.
Pero aquí estoy, sentada en una clínica de Altamira. Con ciertas zonas de mi cuerpo moradas, sangrando tristeza, desgarrando soledad.
Te di mi confianza ciegamente, y tú me abandonaste. ¿Dónde estás Dios?.





viernes, 20 de diciembre de 2013

Alguien a quien extrañes...

Se supone que tengo que esperar que alguien lo lea, que me de feedback pero me nació publicar esto, que considero es lo más "yo" que he escrito hasta ahora. Me salió del corazón señores. Sabes que lo haces bien cuando en medio de la escritura comienzas a llorar.
A mis alguienes, los extraño.

La efemérida. 


"Alguien a quien extrañes"


Quizás la primera pregunta que tenga que hacerme para poder escribir el tema de hoy es: ¿A quién extrañas?. Y varias caras pasan por mi mente. Contaré breves historias de cada uno de ellos, grupo de personas que abandonaron mi camino por decisión propia o porque se fueron "al otro lado".
Entonces no es un "alguien" sino "los alguienes", a quienes comenzaré a llamar de esa manera a partir de ahora.
Mi primer alguien es un señor que llegó para partir. Todas las mañanas me levantaba con olor a café guayoyito, para verlo sentado en la punta de la mesa con un saco gris, un distintivo de "LAGOVEN" y un bigote setentoso que decidió no quitarse nunca. "¿Y usted no pide la bendición?".
Le tenía miedo, pero sobretodo le tenía mucho cariño que nunca logré demostrarle sino después que se fue, porque pase una semana seguida soñando con él, diciéndome que todo estaba bien. 
Acostumbraba a partir al trabajo en su Toyota perfectamente limpio, creo que lograba ver una calvicie brillante a lo lejos diciéndome "adiós". Nunca oí un cumplido de su parte, nunca vi muestra de afecto que cualquier persona común espera, es decir, besos, abrazos, "te quieros". Era un gruñón.  Recuerdo más sus regaños que sus demostraciones de amor, y, sinceramente, los extraño.
Constantemente fumaba esos cigarros horribles marca Belmont, hasta que le dieron la noticia. Los médicos le diagnosticaron falta de vida, pero yo creo que duró más, posiblemente unos cuatro meses más de lo esperado, viviendo una eterna agonía y se fue molesto.
                Para cuando decidió jubilarse de Petróleos de Venezuela ya Chávez intentaba adueñarse de su trabajo y el stress era incesante. Siempre he pensado que esas personas que se jubilan a temprana edad lo hacen porque saben que partirán pronto, y la espera es larga. Mi abuelo coleccionó todos y cada uno de los números de la revista National Geographic por no sé cuánto tiempo, y nunca las leyó. Aquellas revistas pasaron años en mi biblioteca, esperando que un valiente decidiera sacarlas de allí. 
A veces, cuando fumo, siento que hago un ritual a su memoria. El olor a cigarrillo, a whiskey, a guayoyito mañanero serán siempre alertas en mi casa, porque significan que alguien en la noche sollozará. 
No tengo por qué explicar esa sensación de extrañeza que me produce a veces soñar con él, no es normal. Hace dos años casi muero en un choque producto de alguien que también extraño mucho, y me lo conseguí un rato rondando por mi habitación de la clínica. Estoy casi segura que me volvió a decir "todo estará bien", y lo notaba cansado, trasnochado por haberme cuidado desde las horas de la madrugada del accidente, hasta que salí de ese hueco glacial. Soy poco creyente, mi fe está en mi culo a veces. Pero ese día tuve que reconsiderarlo. 
Mi segundo "alguien" partió repentinamente. Creo que ese Dios que me regaló un reencuentro del más allá con mi abuelo (lelo) decidió joderme llevándose a uno de mis mejores amigos. Tengo buenas relaciones con los antipáticos y él era el rey de todos. Era un ridículo para muchos: típico imbécil de la U.C.A.B. con una camioneta enorme, un sonido que se oía hasta los Teques, ropa de marca, y novia espectacular. La carnada perfecta para los envidiosos. 
Era el que me daba los consejos más directos y necesarios. "Ese tipo es un huevón, no sé por qué estás con él". "Ella no es tu amiga, vas a ver que un día te va a dar una puñalada por la espalda". Y efectivamente todas sus predicciones se hacían realidad tiempo después. Era de esas personas que aparecían y desaparecían, pero sabíamos que estaría ahí cuando lo extrañáramos. Es costumbre entre nosotros mandar un mensaje con insultos amigables diciendo “Te extraño, ¿cuándo nos vemos?.  Ven a mi casa por unas birras”, pero no han inventado mensajes de texto al cielo.
Una mañana iba a la Universidad, tarde, como siempre. La cola y la lluvia conjugaron el escenario magnífico para el desastre que estaríamos prontos a sufrir. "Mataron a Adrian". "Estudiante de la UCAB muere por cadena de oro". "Lamentamos mucho la pérdida de su compañero". No sé qué era peor: la gente brindando lástima, o el espectáculo mediático. Me dejaron un hueco en el corazón que no pienso sanar jamás, ni pienso decir adiós. Malditos todos.
Mi tercer “alguien” es el más predecible de todos. No está en “la otra vida”, sino rondando por allí. Se levanta, va al trabajo, regresa a casa cargado de cotidianidad, va al gimnasio porque tiene síndrome de perfeccionismo. Es un hombre bastante común, y se impresionarían de saber su edad porque aparenta veintitantos. Puede ser muy jovial, muy echador de vaina pero lleva consigo una carga emocional quién sabe por qué. El stress va a acabar con su cabellera. Antes solíamos hablar de nuestro día, puedo decir que había cierto nivel de comunicación, al menos un “Hola. Bendición” me bastaba para decir que hablaba con él.
Los años pasaron y me convertí en su peor enemiga. Soy una copia exacta de su carácter hecha mujer. Todas sus virtudes y sus errores los heredé, y para nada. Porque no he aprendido nada de él. Cuando era más pequeña y rebelde pensaba que lo odiaba, luego me convencí que no se trata de relaciones interpersonales sino de temperamentos, personalidades, el pie que pisa primero el piso al despertar,  y me acostumbré a la idea de que algún día todo estaría mejor. Ahora me acostumbré a la idea de que nada va a cambiar. Mi papá me rompió el corazón hace años, y ese es el calvario que se nota a leguas en mi mirada. Y a él, si, a él, es a quien más extraño de mis “alguienes”.
                Tengo dos ángeles guardianes, y uno en circulación.










Todo es culpa de la Luna

El tema de hoy es "La Luna llena". Quizás es muy neutral este escrito, tenía la inspiración en otro ladoAquí se los dejo:

La Efémerida



Viernes 17 de marzo de no sé qué año:
Mi abuela solía contar historias fantásticas, acostumbraba a pasar horas conmigo antes de dormirme diciéndome y haciéndome creer que los duendes sí existen, que Santa Claus vivía en una choza de la Guaira, que el Ratón Pérez en realidad era una ratona (La Sra. Pérez) y yo feliz me lo creía todo. Fielmente todas las noches hablábamos horas sin parar, y yo hacía preguntas curiosas sobre cómo era la vida en el más allá, sobre Dios, hasta que llegó Harry Potter a mis manos. 
A mis doce años ya era una niña culta que leía The Lord Of The Rings y me causaba repulsión la famosa revista "Tú". Era una completa extraña que caminaba todas las tardes al kiosko de las peruanas de la esquina a comprar pasas. ¿Quién, en su sano juicio, compraba pasas?.
Una de esas tardes decidí cruzar la calle sin revisar a los lados (claro, iba leyendo) y sufrí un accidente. Caí en coma por quince años, a veces pienso que sigo soñando y no duermo en las noches, tomo café para sanar el alma y tristemente tiendo a fumar y soltar más humo que una chimenea. 
Por quince años soñé, ¿para qué más?. Por quince años mi abuela me contaba historias y mi cerebro las captaba, creando imágenes de mundos que no existían. Hasta que un día dejé de oír su voz, de sentir su calor y su sombra opacando mi desesperación inerte. Mas nadie se preocupó por la Bella Durmiente del piso 13. 
Me levanté un día con ansiedad, sin poder respirar bien. La verdad es que fue muy desesperante. Caí en cuenta que no tenía a mi abuela al lado, que había crecido, que mis uñas tenían un color que yo no había escogido (rosado). Ni yo misma me pude reconocer.
Tuve que reconciliarme con el tiempo para poder aceptar mi pasado, mi presente, y mi futuro.
Pasaron varios días, no se cuántos, ya dejé de contar. Hasta esa noche. Podría jurar que esa noche me asomé por la ventana y la logré ver reflejada en aquel enorme astro que paseaba de vez en cuando sospechosa por el cielo. ¿El universo se puso de acuerdo para que comenzaran mis alucinaciones?. Por primera vez en mucho tiempo me fijé que aquel bombillo enorme tenía algo que decirme. 
Ahora cada día me asomaba a verla, si, a la Luna. Me parece la cosa más magnífica que hay. Entre tantas cosas que uno vive estos días podría tomarme unos segundos para detallar esa piedra enorme, hueca, vacía. No estaba sola. Estaba acompañada por mi amiga. 
Me volví lesbiana, me volví románica. Cambié de ser perfecta extraña a perfecta pendeja. Idiotizada con la luz blanca que me decía que me fuera con ella cada vez que aparecía. 
No le conté a nadie mi secreto. Escribía sobre ella, si, me enfermé cada día más. Me la tatué, la dibujé en mis paredes, le hacía donaciones y ritos. Pero necesitaba estar con ella. Para ese momento tenía varias semanas sin dormir más de 3 horas por noche.
Yo sabía que ahí estaba el recuerdo de mi abuela, los mundos que me inventaba, los personajes maravillosos, todas las almas perdidas como yo. 
Me convertí en alguien muy solitario, no daba los buenos días cuando pasaba cerca de mi vecino quien me veía extrañado por mis ropas y mi mal aspecto. En algún punto de mi historia tuve que ir al psicólogo por una pelea llena de insultos que no mencionaré con la vecina del 2-A ( La muy maldita quería botar a mi gata-Elvira- del Edificio). Así me fui desintegrando poco a poco en pedazos que dejaba regados por todo el apartamento de lo que fui, de lo que no quería ser, pero mantuve mi convicción platónica de que la Luna desentrañaría mi locura.
Me harté. No quise seguir siendo el chiste público "La loca de la luna" "la loca del muelle de San Blas", ya no hallaban qué otro nombre inventar. Me atormentaba la gente, me atormentaba mi cabeza, me atormenté yo. Así que un día como cualquier otro decidí  Decidí saltar a la Luna. Y mas nunca tuve el problema de insomnio. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Del sexo y otras degeneraciones

"Poco a poco" dicen por ahí. Mi primera entrada. Bautizo mi primer blog con este escrito, descubriendo un estilo nuevo, porque normalmente soy parte de aquel grupo de pendejas que hablan de desamor y soledad. 
Aquí se los dejo...

"Del sexo y otras degeneraciones"

1

La llevé a mi trabajo, donde sabía que podríamos estar solos sin nadie molestando. Era un pobre carajito que ganaba sueldo mínimo y costear una habitación de hotel se salía de mi presupuesto. No llevé champagne, ni fresas, solo la llevé a ella inerte, sin voz ni voto.
Sus manos gélidas tocaban mi sexo, en búsqueda de un tesoro sin brillo, sin ánimos de lucro. Me miraba fijamente, y sólo se movía cuando yo lo hacía. Su piel, dios mío su piel. Entré en razón mientras la penetraba y me repetía “Ahora si eres mía, solo mía”. Le pedí que dijera que era mi perra, pero ella nunca dijo nada. Se le notaba en la mirada que lo estaba disfrutando tanto como el primer regalo que abres en navidad. Cabalgaba su memoria, mi cara quedaría reflejada en sus ojos cristalinos hasta el final.
Al principio fui un poco torpe, dada la incomodidad de la cama que era sólo para una persona. No había cobijas ni almohadas, era una habitación fría, llena de observadores del otro mundo. Lo único que había era deseo mórbido, lo podías oler en toda la habitación.
Quería un orgasmo, quería 8 orgasmos, y así pasó toda la tarde. Su coño posiblemente sea el más perfecto que he probado jamás. Le dejé toda mi saliva adentro. Sé que en algún momento de nuestro encuentro me dijo con un gesto facial que por favor no le acabara adentro pero no aguanté. Exploté de pasión dentro de su vagina y un hilo de semen chorreó conjugado con la gravedad.
La puse a mamar mi miembro, cual actriz porno lo hizo sin disgusto ni queja alguna. No habló. Me encontré a mí mismo con el mejor “culo de Caracas” entre las piernas, succionando mis inseguridades que cargaba desde que tenía memoria. Hasta que me corrí, me corrí con ella ahí abajo. Todo el manto blanco cubrió su mirada perdida, sus manos cayeron cansadas al vacío entre la cama y el suelo. Y yo perturbado por lo que acababa de pasar, no aguanté más.
Dormí en su pecho sin latidos, hasta que Don Carlos tocó la puerta.

2

Era el verano del 2006 y comencé a trabajar en lo que pronto se convertiría en mi pasión. Recién me gradué del Cristo Rey con un título de bueno para nada. Mis amigos, los más inútiles del colegio, se reunían todas las tardes a jugar ajedrez en el San Ignacio, mientras yo intentaba dilucidar qué haría con mi vida a partir de entonces.
Hay algo característico de todo típico colegio de Caracas, la capital de la esperanza, te imponen una falsa creencia de que cuando te gradúas de repente tu vida cambia en ciento ochenta grados y serás el más popular de la Universidad, tendrás las mejores notas, el mejor carro, la mejor mujer.
Siempre me sentí atraído por Carlota, ella era la mejor descripción de mujer: pechos firmes, un culo divino, piel sedosa, a veces pensaba que en su cabello podrían proyectarse infinidad de películas mientras caminaba.  Y yo, su antagonía, me pajeaba todas las  tardes pensando en ella, cargado de desesperación adolescente, de ilusión impuesta por todas las porno que mis amigos me prestaban.
“Marico, ¿estás loco?, nunca te va a parar bola” me dijo Ale una tarde que fue a mi casa y el muy sinvergüenza revisando mi cajón de sueños dejó caer una foto de ella. Ale siempre fue curioso, y se afincaba más cuando se trataba de cosas personales porque siempre fui callado, no disfrutaba hablar de mí, creo que aún no me conozco lo suficiente como para echar cuentos de mi vida. “Déjame en paz”, respondí.  
Carlota, en cambio, nunca me paró bolas, como decía Ale. A veces la veía en clases particulares con la señora Luisa del 6-B. Creo que era su abuela, o tía, nunca supe. Hasta aquel día donde al fin el universo compuso a mi favor la canción más hermosa del mundo: un simple “Chao Beto”.
Eso cambió mi día por completo. Se sabe mi nombre, y mejor aún, se sabe el diminutivo de mi nombre.
Don Carlos era mi jefe, un tipo muy común para mi gusto, si necesitaba que hiciera algo me lo daba en una lista con instrucciones casi matemáticas porque “Jamás podemos equivocarnos en esta profesión”, repetía todos los días.
Por las mañanas me dedicaba a sacar la basura del día anterior, cerraba la puerta principal y comenzaba a laborar. Disfrutaba mi trabajo porque sabía que nadie era capaz de hacerlo. Nadie, estoy seguro que nadie disfrutaba tanto como yo vestir un cadáver, maquillarlo, y colocarlo en un ataúd.

3

Cuando salió la noticia mi mamá gritaba de desesperación, insultando el cielo y a Dios. A partir de entonces nada sería lo mismo, mis amigos dejarían de sentarse en el San Ignacio a jugar ajedrez como los perfectos perdedores que éramos.
Creo que una reportera llamaba insistentemente con el amarillismo entre las cejas, intentando conseguir alguna primera plana en El Nacional. Accedí a atenderle, lo único que respondí fue: “Esto es amor, si no lo entiendes es porque no lo has sentido”.
Entró la PTJ tumbando la puerta de mi casa, mi mamá se desmayó sobre el mueble. Me esposaron y me llevaron en una camioneta a la Vallés, a mi trabajo, a dar una declaración. Ahí estaba Don Carlos. Por primera vez su mirada cambió y me decía algo diferente: “Te contraté. Te pagué. Eras como un hijo”.
Esa última frase me produjo asco, jamás fui “como un hijo” de él. Lo que pasa es que tenía a todos los medios habidos y por haber con sed tener la bendita primera plana.

Carlota ese día decidió salir conmigo de clases particulares. Llevaba una mini falda de jean, y una camisita de tiritas que hacía que las tetas se le vieran despampanantes. Podría jurar que no llevaba sostén ni pantaletas porque no se le marcaba nada. 
Comenzamos a caminar por Santa Mónica como a eso de las ocho de la noche, la Luna lo vio todo. “Tengo frío Beto”. La abracé asfixiándola. Y su mirada quedó congelada por siempre.
Me encontré con una imagen divina: al fin sería mía.